Opiniones: Los efectos del confinamiento para el desarrollo infanto-juvenil

Entrevistamos al catedrático especialista en desarrollo psicológico, familia y educación, Dr. Juan Luís Martín Ayala, que analiza los impactos del COVID-19 para la infancia y adolescencia.

En todos los países europeos, las primeras medidas para evitar el contagio del COVID-19 ocurrieron en las escuelas. Cuando se cerraron los centros educativos, millares de niños y adolescentes empezaron a vivir un confinamiento sin precedentes.

Desde entonces, psicólogos y psiquiatras han alertado sobre los impactos que el aislamiento social en casa podría tener para la infancia, y han solicitado estrategias alternativas a los gobiernos.

Un ejemplo es España, que esta semana ha empezado a flexibilizar el confinamiento de niños hasta los 14 años. La presión ha sido grande pero solamente después de 45 días confinados, los niños han podido salir de casa. Las reglas, sin embargo, todavía son estrictas.

¿Qué efectos podrá ejercer esta crisis sobre el desarrollo infantil? Para pensar las consecuencias de esta pandemia en la infancia, entrevistamos al Dr. Juan Luís Martín Ayala, Director Académico de la Maestría en Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea del Atlántico, institución que forma parte de la red universitaria en que participa FUNIBER.

En el siguiente vídeo, Ayala explica algunas de las temáticas de la entrevista:

En todo el mundo, con el inicio del confinamiento los niños han sido los primeros que han dejado la convivencia social para aislarse en casa. ¿Qué desafíos se han creado para estos niños a nivel psicológico?

En primer lugar, hay que decir que los menores son mucho más resistentes que los adultos a los efectos psicológicos del aislamiento, es decir, tienen unos mecanismos psicológicos de adaptación mucho más potentes, lo cual no quiere decir que no se vean afectados. En general, son muy sensibles a la información que circula, la cual puede producirles temor y ansiedad. A esto hay que añadir la confusión por falta de comprensión del virus y cómo afecta, especialmente en los más pequeños.

Como consecuencia del confinamiento, el cambio de sus rutinas puede provocarles estrés y tener cierto impacto emocional lo que puede conllevar una mayor irritabilidad, más rabietas o tristeza. Yo diría que el desafío no sería únicamente para los niños, sino para el sistema familiar al completo. Si el entorno familiar conoce las herramientas para manejar la situación de una forma adecuada, el impacto psicológico en los menores será mucho más reducido y la transición más adecuada.

Para ello, es fundamental que haya una estabilidad dentro de esta situación tan compleja, repentina y poco predecible que estamos viviendo. De esta manera, es fundamental que padres y madres faciliten una rutina diaria en casa con una planificación detenida de la jornada donde levantarse y acostarse se haga a la misma hora, lo mismo que los horarios de las comidas, el ejercicio físico y la higiene. Igualmente, se debe planificar el tiempo destinado a las tareas escolares, laborales, actividades de entretenimiento y también distribuir el tiempo dedicado a la tecnología. Esto contribuirá a que su “estructura” de vida se vea menos afectada y su entorno sea un poco más predecible, lo que les dará seguridad.

 

¿Se puede dividir este periodo de confinamiento en etapas? Por ejemplo, ¿una primera fase de comprensión sobre la situación, una fase de conflictos emocionales, otra fase de aceptación?

Desde la psicología, tradicionalmente, se ha hablado de distintas etapas para hacer frente a las situaciones traumáticas. Desde fases iniciales de incertidumbre o negación pasando por el ajuste, la adaptación y la superación, pero, en los niños y adolescentes por su nivel de desarrollo esto no funciona exactamente así.

Para los niños pequeños, el espejo en el que se miran son sus padres y madres. Esa es su base de seguridad, de tal manera que, si éstos viven la situación de una forma tranquila, transmiten equilibrio y calma y, además, se facilita la comunicación y la información adaptada a su nivel de desarrollo, el proceso será mucho más equilibrado y el impacto de la situación será menor.

En niños un poco más mayores, de edad escolar, y cuyo nivel de comprensión es más alto, el diálogo debe ser la característica fundamental, así como el enseñarles la comprensión y el manejo de sus propias emociones. También es un buen momento para fomentar su conciencia social enfatizando en su empatía y solidaridad, capacidades que ya están desarrolladas en esta edad.

En la adolescencia, dado que tienen mucho acceso a la información a través de las redes sociales e Internet, es fundamental ayudarles a interpretar y entender correctamente esa información para que no la minimicen ni tampoco la exageren, así como potenciar que estén en contacto social con sus amistades, compañeros de clase y resto de familiares, ya que en esta etapa tienen mucha necesidad de contacto social. Aunque su nivel de desarrollo intelectual es mayor en esta etapa, todavía tienen dificultades para la planificación a medio y a largo plazo, de tal forma que la comunicación y el acompañamiento van a ser herramientas imprescindibles en esta etapa.

 

El impacto del confinamiento para la salud emocional y desarrollo infantil puede estar asociado a la manera cómo los cuidadores lo han abordado dentro de casa.  Por ejemplo, en algunas casas se ha podido fortalecer más los vínculos familiares. ¿Considera que, de una manera general, se puede sacar algunos beneficios? 

Sin ninguna duda. Como mencionaba anteriormente, el abordaje de la situación en familia es clave y también inevitable en este momento de confinamiento. Desde un punto de vista positivista, nos encontramos en una situación que, si la enfocamos de una forma adecuada, puede beneficiar en cuanto a la mejora del vínculo afectivo, la solidaridad, la empatía, la autoestima y la responsabilidad.

Para ello, padres y madres deben actuar con un estilo democrático, dialogante, comprensivo y, además, que evite la sobreprotección de hijos e hijas. Es un momento adecuado para mezclar el afecto, la comprensión, el diálogo y la empatía con las normas, los límites, las pequeñas dificultades y la responsabilidad en el día a día. Esto favorecerá que los niños y las niñas crezcan, desarrollen una adecuada autoestima y una personalidad saludable que les permitirá afrontar situaciones difíciles a lo largo de la vida y crecer de una forma más adaptada a la sociedad.

 

Según la pedagoga y experta en educación emocional Eva Bach (ver noticia), se sugiere que el virus podrá enseñar a los niños a ser resilientes. ¿Está de acuerdo?

Yo diría que las situaciones difíciles no enseñan a las personas a ser más o menos resilientes, es decir, ante una situación traumática habrá unas personas que reaccionen positivamente y otras no. Aunque es un término que no me gusta- prefiero adaptación-la resiliencia es algo que vamos construyendo poco a poco desde la infancia. Para ello, necesitamos tener adultos a nuestro alrededor que nos transmitan afecto, pero que no nos sobreprotejan. Es relativamente frecuente oír a las familias “ya sufrirá cuando sea mayor”, lo cual contribuye a que cuando llegue el momento de enfrentarse a una situación difícil, el menor no tenga los recursos adecuados para hacerle frente. Para potenciar la resiliencia o la adaptación desde el ámbito familiar se deben establecer normas y límites a los menores desde que nacen y practicar la frustración óptima, que no es otra cosa que poner pequeñas dificultades al niño en su día a día con el objetivo que las vaya superando, así como darle autonomía en las acciones de su vida cotidiana evitando la dependencia. Todo ello redundará en una autoestima más adecuada y, de esta manera, sabrán afrontar las situaciones complejas de la vida de una forma adaptativa.

 

Sin embargo, no se puede olvidar algunos aspectos que podrán interferir en el desarrollo infantil, como, por ejemplo, el uso excesivo de tecnología digital o la disminución de práctica de actividad física. Por esto, muchos especialistas piden con urgencia flexibilizar las medidas de confinamiento de los niños. ¿Qué efectos negativos puede tener para el desarrollo infantil?

Sin entrar en aspectos sanitarios, efectivamente, hay una serie de variables que inhiben el sano desarrollo psicológico infanto-juvenil en esta situación de confinamiento que estamos viviendo. Además de los mencionados, se podrían añadir el manejo inadecuado de los conflictos entre la pareja o entre los hermanos, las manifestaciones parentales inadecuadas de frustración, ansiedad, tristeza o ira y la desorganización doméstica o el aislamiento, entre otros. Todos ellos son factores de riesgo familiares que tienen incidencia negativa directa en el desarrollo infanto-juvenil. Hay que recordar que, sobre todo, esto es más evidente en las primeras etapas de desarrollo de niños y niñas, por lo que deben ser las más protegidas.

También puede haber diferencias entre los menores en cuanto a la personalidad. Hay menores más sensibles con una mayor tendencia al llanto, somatizaciones, regresiones o alteraciones del sueño y otros con temperamentos difíciles que tienen dificultad para aceptar las normas, rebeldía ante la cuarentena, cambios de humor, agresividad o miedos.

Por otro lado, existen circunstancias especiales en niños y niñas en situación de acogimiento, otros que conviven con el virus en casa, con fallecimientos de personas cercanas, situaciones de divorcio con cambios en los regímenes de visitas, viviendas muy pequeñas o situaciones de maltrato, abuso sexual o negligencia. Además, hay niños y adolescentes con necesidades educativas especiales y patologías previas que se encuentran en situación de gran vulnerabilidad. Todos estos casos por sus características merecen una atención especial.

Por todo ello, y sin entrar, como decía, en aspectos sanitarios, es conveniente, en la medida de lo posible que, tanto niños y adolescentes sanos como población con dificultades o patologías, puedan disfrutar de tiempo y espacios donde poder expandirse y disfrutar de espacios ajenos a las casas. Ello contribuirá a una mejora en su calidad de vida, en sus relaciones con los demás y, en definitiva, en un mejor desarrollo psicológico.

 

A la vuelta a la normalidad, ¿considera necesario que las escuelas desarrollen intervenciones para abordar esta cuestión?

En primer lugar, hay que decir que la mejor intervención que existe es la prevención primaria. En este caso, es la que se hace desde casa educando adecuadamente y manejando la situación de la mejor forma posible utilizando los recursos que se han citado. Además, existen otros niveles de prevención secundaria o terciaria que, efectivamente, se deberán llevar a cabo desde las distintas instituciones tanto educativas como sociales o sanitarias.

Dependiendo del nivel de desarrollo de los menores se deberán desarrollar sesiones de manejo de las emociones que se han generado en esta situación, sesiones formativas e informativas de tipo sanitario, así como nuevos abordajes con madres y padres para ofrecerles herramientas para prevenir y afrontar situaciones comprometidas como la que estamos viviendo. En este último caso, es necesario superar el tradicional modelo de las escuelas de madres y padres, donde se ofrecen orientaciones generales y donde acuden únicamente las familias que más motivadas están a la crianza de los hijos y tratar de llegar a las familias que más necesitan los recursos y que, por desgracia, menos los utilizan.

 

¿Qué se necesitará de los profesionales que van a lidiar con posibles traumas infantiles provocados por el coronavirus y la pandemia?

Aunque la gran mayoría de los profesionales de la salud mental ya la tienen, se necesitará una gran implicación, dado que lo previsible será un aumento de la demanda de intervención psicológica, especialmente en el ámbito infanto-juvenil, aunque no será el único. Digamos que la pandemia tras la pandemia del coronavirus será psicológica, sin ningún género de dudas. Para ello, se necesitarán profesionales muy formados en el ámbito de la evaluación e intervención postraumática y que conozcan las herramientas basadas en la evidencia científica, que son las que han demostrado utilidad en el abordaje de las dificultades.

Por otra parte, se necesitarán cada vez más intervenciones preventivas y comunitarias. En términos generales, estamos observando que la incidencia de los problemas de salud mental está aumentando, tanto en el ámbito infanto-juvenil, como en el adulto. Desde la psicología preventiva sabemos que la inversión en políticas de parentalidad positiva ofrece, por un lado, calidad de vida a las familias y, por otro, ahorra costes a la sociedad. Recientes estudios indican que cada dólar que el gobierno de Estados Unidos invierte en políticas de prevención supone siete dólares de ahorro en intervención en salud mental, educación y servicios sociales.

La prevención es algo en lo que tenemos que contemplar como una herramienta cada vez más útil dentro de nuestro ámbito profesional y un campo donde la psicología tiene mucho que decir.