No debemos correr el riego de poder ofender la sensibilidad de ciertas personas por no haber hecho un correcto uso del lenguaje.
Hay palabras que envejecen y quedan obsoletas y acaban por desaparecer, pero a su vez hay otras que directamente se rechazan y no se permite que sean utilizadas. Es aquí donde entra en escena lo que determinamos como “políticamente correcto”. Se trata de un concepto utilizado para describir aquel lenguaje con el que se procura minimizar la posibilidad de ofensa a determinados grupos de personas o etnias.
El uso de la correcta terminología es muy importante sobre todo a la hora de hablar de determinados colectivos, y más si éstos resultan ser minoritarios.
Pero ¿quién determina lo que es correcto y lo que no? Si nos regimos por las palabras que aparecen en el diccionario, como por ejemplo minusválido, se ofende a muchas personas que sufren una discapacidad física, sensorial o psíquica, puesto que estamos afirmando que son menos validos que el resto de las personas que no padecen dicha discapacidad, cuando en verdad todos son igual de válidos.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta el libro de estilo de cada periódico, ya que cada uno tiene una forma de utilizar el lenguaje y acepta o rechaza determinadas palabras. Por ejemplo, el libro de estilo de EL PAÍS recoge desde la edición de 2014 el término discapacitado/a como el correcto. Y el propio texto especifica que esta palabra se adoptó atendiendo a los deseos de ese colectivo, aunque hoy en día no es un término aceptado por la sociedad.
Utilizar el vocabulario adecuado es una tarea prácticamente imposible ya que siempre va a haber una parte de la sociedad que no esté de acuerdo o que se sienta ofendida con la palabra elegida.
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