30 de noviembre: Día Internacional de la lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)

A finales de 2012, surgió este día por iniciativa de un grupo de mujeres que administraban una cuenta de Facebook a través de la cual buscaban una vía para ayudarse a sí mismas, para apoyar a otros y para dar visibilidad a la lucha de las personas que se enfrentan a estos desórdenes. Desde entonces, cada 30 de noviembre se celebra el Día Internacional de la lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).

 

En los últimos años, la salud mental ha pasado de ser una cuestión evitada a nivel social y únicamente tratada por expertos, a aparecer en los medios de comunicación, en las conversaciones de los jóvenes y en la lista de preocupaciones de la sociedad. No obstante, teniendo en cuenta el actual incremento en los trastornos de salud mental, resulta importante reforzar asimismo la concienciación y la aceptación social, la cobertura mediática y las ayudas gubernamentales: la lucha contra estos desórdenes aún tiene mucho camino por recorrer.

 

Si hay una problemática que está aumentando a gran escala en muchos países, es la causada por los TCA. Isabel Diego Rivas, psicóloga y profesora del Grado en Psicología de la Universidad Europea del Atlántico, universidad que forma parte de la red en que participa FUNIBER, define estos padecimientos como unas alteraciones del pensamiento y de cómo nos vemos a nosotros mismos, las cuales producen hábitos alimenticios dañinos. Además, hace hincapié en que, aunque todo ello está relacionado con la ingesta de la comida, realmente son consecuencia de otros problemas que se manifiestan en el vínculo de la persona con su alimentación. De la misma manera, implican un control muy excesivo de las ingestas y, al tiempo, una exacerbada preocupación por la imagen que se proyecta.

 

Actualmente, los TCA más habituales y conocidos son la anorexia y la bulimia. Sin embargo, también nos encontramos trastornos de vigorexia, ortorexia o por atracón. Incluso, concurren otros no especificados que presentan ciertos síntomas de uno o varios de los desórdenes antedichos, pero que no cumplen exactamente con los criterios patológicos y clínicos de un trastorno determinado.

 

Todos estos padecimientos están relacionados con la autopercepción de uno mismo, con una distorsión que se produce de la imagen corporal de la propia persona y con pensamientos muy desfigurados respecto a la alimentación. Además, transcurre bastante tiempo hasta que se hacen visibles a nivel físico, aunque desde un principio afectan en todas las áreas de la vida, pues el origen o la causalidad son multifactoriales. De este modo, hay circunstancias personales que los pueden precipitar y, también, entran en juego causas de tipo psicológico, social, familiar o laboral. A su vez, ello se relaciona con las situaciones de estrés y de malestar, por lo que afecta, no solo a la relación con uno mismo, sino también con la familia, con el mundo laboral y con el ámbito social; lo que provoca en muchas ocasiones ausencias, ya que la inseguridad por la propia imagen y el miedo a la exposición pública nos acompaña siempre.

 

En cuanto a su desarrollo, la psicóloga Diego Rivas asegura que, si bien hay factores genéticos, todas las personas somos susceptibles de sufrir un Trastorno de la Conducta Alimentaria; aunque sí existen factores precipitantes y vulnerabilidades que pueden desencadenarlos. Entre otros, ciertos rasgos de personalidad como la rigidez o la autoexigencia, junto con la vivencia de situaciones traumáticas. Además, está acreditada una mayor predisposición en personas que hacen deportes que requieren un físico muy determinado, como ballet o gimnasia rítmica, lo cual implica un mayor control sobre la imagen.

 

Por grupo etario, la incidencia afecta sobre todo en la adolescencia, generalmente en la población femenina de entre 12 y 24 años, aunque actualmente se observa un aumento en edades tempranas, desde los 8-9 años, y también en mujeres que superan la cuarentena. En tal sentido, se estima que el 4% de los adolescentes vivirán algún episodio que suponga un riesgo de desarrollar un TCA.

 

Asimismo, hay entornos, situaciones o contextos que pueden provocar la aparición de este tipo de trastornos, como los casos de acoso y ciberacoso donde se ataca a una persona por su peso. Y no solo eso, sino que, además, existe una relación entre las redes sociales (RRSS) y los TCA que no siempre es positiva. Tenemos acceso muy inmediato a una gran cantidad de información y a una determinada imagen. Las RRSS pueden ser un factor de protección pero mayoritariamente precipitan este tipo de trastornos. Un ejemplo de esto es la Ortorexia, que es la necesidad de querer hacer una alimentación excesivamente sana y saludable, y que ha sido muy fomentada en Instagram, clasificando la comida en alimentos positivos y negativos. 

 

Respecto a esto, Iñaki Elío, Director del Grado en Nutrición Humana y Dietética de la misma universidad, explica que si una persona está recibiendo constantemente ciertos mensajes y está en una edad o un momento vulnerable, emocionalmente más frágil, y por otro lado, nos marcan ciertos cánones de belleza e ideales estéticos, basados en filtros que distorsionan la propia imagen, es una realidad que han aumentado las operaciones estéticas, para corregir cosas que consideramos un defecto en nosotros y las conductas restrictivas o purgativas como una estrategia de pérdida de peso en búsqueda de una imagen corporal determinada.

 

El principal impedimento a la hora de tratar cualquier problema de salud mental, como son los TCA, es el hecho de que a la persona le cuesta mucho tomar conciencia plena de su problema y de la gravedad o las consecuencias a medio y largo plazo de este, pues muy pronto es consciente de que hay cosas que les están impidiendo llevar a cabo la vida normalizada que previamente llevaban, como al día siguiente ha cambiado de percepción sobre el problema y lo minimiza. A esto se suma el tabú respecto a recibir ayuda psicológica y el desconocimiento generalizado sobre quién está realmente cualificado para diagnosticar un TCA y sobre dónde se debe acudir para el tratamiento del mismo. Lo idóneo es contar con un equipo multidisciplinar, formado por el médico de atención primaria (médico de cabecera) o pediatra, enfermeros, auxiliares de enfermería, psicólogos y psiquiatras. Esto, sumado al apoyo del núcleo cercano de la persona afectada, garantiza un abordaje completo y una recuperación integral de la misma. 

 

Por ello, Iñaki Elío e Isabel Diego aconsejan lo siguiente a la hora de acercarse a una persona que puede estar padeciendo un TCA: no hacer juicios de valor por la imagen física de una persona, porque eso en las personas que tienen problemas relacionados con la alimentación calan de una manera mucho más fuerte. Ser cauteloso a la hora de abordar el tema, mostrando preocupación por la persona sin ir directamente al tema físico o alimentario, sino poniendo el foco en cambios evidentes en su estado de ánimo, como tristeza, preocupación o nerviosismo, haciendo que la persona pueda abrirse a ti, reconociendo sin culpabilidad y sin avergonzarse que está teniendo problemas gestionando una determinada situación. En definitiva, brindar una ayuda inmediata a la persona, ofreciendo recursos y no infravalorar sus sentimientos ni juzgarla por ellos. Estar abierto mentalmente y ayudar desde lo emocional y lo humano.

 

Finalmente, ambos profesores nos facilitan las siguientes claves para la detección de un TCA:

– Actitudes restrictivas respecto a determinados alimentos.

– Pérdida, fluctuación o aumento de peso.

– Ausencias frecuentes con amigos o evitaciones sociales.

– Mal humor habitual con la familia.

– Conflictos con la familia con motivo de qué comer.

– Mitos o ideaciones sobre la comida.

– Autoevaluación excesivamente estricta y negativa de manera continuada sobre uno mismo.

– Preocupación desmesurada sobre ciertos aspectos físicos y búsqueda obsesiva y constante de cambiarlos o esconderlos.

– Cambios radicales en la alimentación y rigidez con dichos cambios.

– Sensación de malestar o de ansiedad ante la exposición a comida.

– Ansiedad o depresión antes o después de las comidas o de la exposición en un espejo.

– Ejercicio desmesurado.

– Dependencia emocional respecto a lo que comes, ves o lo que creo que los demás ven de mí.

 

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