Opiniones: Adaptándose a la «nueva normalidad»

El contexto generado por el COVID-19 ha provocado cambios sociales que podrán ser profundos y nos van a exigir una adaptación.

Estos cambios podrán afectar la manera cómo nos comunicamos, trabajamos y nos relacionamos. Algunos ya dicen que supondrá una revolución. ¿Qué tipo de emociones sociales se generan en estos momentos?

Entrevistamos al profesor del área de Comunicación de la Universidad Europea del Atlántico, Alejandro Sanz Láriz, para comentar sobre esta “nueva normalidad”.

Alejandro Sanz Láriz, profesor del área de Comunicación de la Universidad Europea del Atlántico
Alejandro Sanz Láriz, profesor del área de Comunicación de la Universidad Europea del Atlántico

¿Podría definir a qué se refiere como “nueva normalidad»?

La “nueva normalidad” es el término que ha elegido el gobierno español para definir cómo será la situación que encontraremos los ciudadanos una vez terminen las cuatro fases de desescalada previstas durante el confinamiento, a causa de la pandemia mundial.

Curiosamente, esta terminología se utilizó por primera vez en 2009, en un artículo del activista norteamericano Paul Glover para referirse al desarrollo de las comunidades, pero la popularizó tiempo después el economista egipcio Mohamed El Erian, en una conferencia titulada “Navegando por la nueva normalidad de los países industrializados”.

Aplicado a la situación generada por el Covid-19, para mí, el principal problema de esta expresión es el adjetivo “nuevo”, que transmite un efecto muy contradictorio, casi amenazador. En términos literarios podríamos decir que se trata de un oxímoron, dos proposiciones que se enfrentan mediante significados opuestos. Cuando algo es nuevo difícilmente responde a la normalidad, a lo cotidiano, a lo habitual. En realidad, el gobierno nos está advirtiendo con una expresión sutil, casi poética, que la vida ya no será tal y como la conocíamos.

La sensación de control por parte del Estado sobre la vida social parece ofrecer una alternativa a la sensación de descontrol generada por la pandemia. ¿Cómo afectan el control y la inseguridad de esta nueva normalidad a nuestros estados emocionales?

Seguramente una buena parte de la “vieja normalidad” estaba relacionada con una falsa sensación de control sobre nuestras vidas. Quizá muchos podíamos llegar a pensar que llevábamos un férreo control de nuestra manera de vivir, pero ha bastado la llegada de un organismo microscópico para hacernos ver que nuestro control es muy relativo, que apenas somos accidentes anecdóticos sobre el suelo del planeta.

Pero si hablamos del contraste entre el control social y el descontrol de la pandemia, es cierto que la gente ha podido percibir una incómoda sensación de inseguridad. Pienso que, en buena medida, se ha debido a los numerosos errores de comunicación en los que han incurrido algunos portavoces, pero también en el propio miedo a lo desconocido que ha generado la pandemia.

En las comunidades que ya se encuentran en las fases más avanzadas del desconfinamiento, esa sensación ya se vive de una manera bastante atenuada. No es lo mismo estar encerrado en casa y salir a la calle a comprar alimentos básicos en condiciones casi dramáticas, que pasear ahora por esas mismas calles o incluso por las playas y los parques sin apenas restricciones.

Por eso, nuestros estados emocionales han sido, por momentos, una verdadera montaña rusa que, a lo largo de un mismo día, pasaban del terror a la euforia. Así que es preciso dominarse y actuar con todas nuestras reservas de serenidad porque después de la ola sanitaria está llegando ya la ola económica y habrá que enfrentarla con grandes dosis de sacrificio.

 

Líderes mundiales afirman que el momento es oportuno para repensar la manera como vivimos, cambiando los intereses personales por sociales y ecológicos. ¿Cree que la situación podrá ocasionar la intensificación de redes sociales (de apoyo, científicas, profesionales)?

Suena muy bien como declaración de intenciones, pero los seres humanos vivimos el momento y nos cuesta mucho poner la vista en un futuro a largo plazo. Ese famoso dicho que afirma que “nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena” es la pura verdad, estos días hemos coincidido casi todos en la importancia de invertir en investigación y en salud. Y es la verdad, pero la investigación es una carrera de fondo, no un sprint. Genera resultados a largo plazo y no entiende de urgencias. No podemos arrinconar a la investigación en los presupuestos y ahora, de repente, dedicarle una montaña de dinero para que mañana produzca una vacuna. Las cosas no funcionan así.

Y respecto a la ecología, ha sido maravilloso ver limpios los canales de Venecia o a los delfines nadando junto a los muelles de Cagliari. Pero el impacto se ha generado sobre las personas a nivel individual y no estoy seguro, sin embargo, de que estemos dispuestos a reaccionar como sociedad. En realidad buena parte del trato se basa en obtener o perder comodidad a cambio de este tipo de cosas. La pandemia nos ha enseñado el pernicioso efecto que la especie humana ejerce sobre la naturaleza, pero ¿estamos dispuestos a no utilizar el transporte?, ¿el coche?, ¿ni siquiera para ir a trabajar?, ¿dejamos de utilizar el avión? Hemos visto vídeos de ciervos en las calles de Valladolid o incluso de un puma en un barrio de Santiago en Chile y ha sido muy instructivo, pero cuidar de ellos exige una acción colectiva que no creo que vayamos a asumir como sociedad.

Con respecto a las redes profesionales, la idea es tentadora y ahí sí que podríamos ver resultados más esperanzadores. La colaboración entre expertos y sobre todo, la colaboración entre personas sí que puede ayudarnos a afrontar problemas colectivos de la magnitud del que estamos viviendo y podría inspirarnos para empezar a pensar y actuar más como grupo, antes que como individuos dispersos que se mueven en función de intereses personales.

 

La gestión del tiempo es también una constante durante el confinamiento. ¿Cambiaremos la manera de gestionar las tareas en un ambiente tan imprevisible como el actual?

Seguro que extraemos conclusiones muy interesantes de esta pandemia. El teletrabajo, la convivencia, la colaboración, la organización de las tareas… todo ello nos ha venido impuesto por la situación pero eran aspectos sobre los que quizá no nos deteníamos a reflexionar con el suficiente rigor. Las lecciones que nos han enseñado estos dos meses encerrados nos pueden ser muy útiles si sabemos discernir con criterio lo negativo y lo positivo porque, en realidad, ha habido de todo.

Los abogados dicen que, durante este período se han incrementado las demandas de divorcio hasta cifras desconocidas. Bueno, quizá no estábamos acostumbrados a convivir en pareja durante tantas horas y durante tantos días seguidos. Y es innegable que ahora tenemos que contemplar las relaciones humanas desde otra perspectiva.

También me parece sugerente la noción de imprevisibilidad que ha introducido la pandemia. Por lo menos nos la ha puesto delante de los ojos; si hay algo seguro en esta vida es el cambio continuo y, sin embargo, muchas veces nos negamos a aceptarlo. En ocasiones incluso estamos dispuestos a seguir sobreviviendo en condiciones intolerables solo porque no somos capaces de tomar el impulso de cambiar. Pues bien, la pandemia nos ha dejado muy claro que el mundo es imprevisible, nos guste o no. Lo que hoy es negro mañana es blanco y lo que creíamos garantizado e inamovible… ya no existe. Lo hermoso de la vida es que cuanto antes aprendemos a familiarizarnos con el cambio, antes desarrollamos nuestro verdadero potencial.

 

En suma, la normalidad es algo a lo que estamos habituados. Sin embargo, la “nueva normalidad” no es normalidad, ya que nos exigirá nuevas reglas y acciones de las cuales no estábamos acostumbrados. ¿Nos adaptaremos?

Decía Charles Darwin que las especies que sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, sino aquellas que mejor se adaptan al cambio. No me cabe duda de que nuestras vidas van a cambiar, de hecho ya han cambiado. El uso de mascarillas nos parecía casi una excentricidad oriental y ahora, sin embargo, ya forma parte de nuestra etiqueta diaria. Algo tan sencillo como dar la mano a un amigo ha cambiado o incluso tomarse un café en un bar tiene ahora normas distintas. No importa, cambiaremos nuestra manera de vivir y nos adaptaremos sin demasiados problemas y quienes no lo hagan sufrirán las consecuencias. Es cierto que los humanos somos seres de hábitos, pero tenemos una enorme capacidad para mimetizarnos con el ambiente. Habrá nuevas reglas, sí, muchas serán incómodas, pero saldremos adelante y quizá, pasado un tiempo, nos alegremos de buena parte de esos cambios.

Lo curioso es observar la manera en la que los niños se han adaptado a la situación, incluso aunque haya sido muy compleja para ellos. Pero lo cierto es que han tenido un comportamiento extraordinario y cuando sean ellos quienes llevan las riendas de esta sociedad tendrán, como mínimo, la valiosa experiencia de haber vivido una pandemia mundial.

Esta entrevista forma parte del Especial Impactos del COVID-19 para la salud mental, una serie de entrevistas promovida por FUNIBER, que buscan analizar los efectos, recomendaciones y acciones necesarias para cuidar de la salud mental de diferentes colectivos durante y pasada la pandemia.