Son los ancianos los que transmitían las recetas tradicionales de padres a hijos, son las agradables ancianas las que enseñan las recetas clásicas, usando productos naturales, con los ingredientes más tradicionales, artesanos y caseros. Son los ancianos los que transmiten una carga cultural que envuelve a cada uno de los platos que se consumen en una determinada sociedad. Fischler comentaba en 1995 “vamos a partir de la base que la alimentación humana no podemos reducirla solamente a un hecho biológico o de nutrición propiamente dicho, la alimentación humana tiene una dimensión cultural muy importante”.
Y es a esta dimensión cultural a la que aportan los ancianos. Pero, ¿es posible que hoy se tome en cuenta a los ancianos? La sociedad actual trata a los ancianos como a niños, y poco queda del respeto y deferencia que se tenía hacia ellos en el pasado.
Fischler comentaba “¿Por qué comemos lo que comemos y no otra cosa?, ¿dónde está la línea que divide lo que es comestible de lo que no lo es?” . Eksteim en 1980 comenta que “no existen alimentos con un significado en sí mismos, sino con los significados que las distintas sociedades les dan, un alimento en una cultura puede ser un desastre culturan en otro tipo de sociedad”. Comerse a un perro en la cultura occidental puede parecer una locura, mientras que en China es considerado un manjar, lo mismo se puede decir al comparar cómo se consideraría a un cerdo en la cultura musulmana y en nuestra sociedad, donde los supermercados ofrecen carne de ese animal en decenas de variedades.
Cabe considerar entonces que hay que aceptar el hecho de que en la alimentación humana hay un gran componente cultural que conforma la identidad individual y grupal, una identidad sociocultural, que es transmitida por los adultos y ancianos hacia las nuevas generaciones. Solo queda por investigar si la pérdida de la importancia de los ancianos y un estilo de vida cada vez más uniforme a nivel global, modificará a largo plazo las costumbres alimentarias de grandes poblaciones en el planeta.