Ya no es fácil para el educador abrirle la mente a esos pequeños seres que inquietos permanecen sentados en un pupitre, para hacerles comprender que para que una sociedad real, no virtual, funcione, ellos deben de partir por considerar al prójimo.

El problema, que ya está más que sobre diagnosticado, nace de los conflictos que surgen dentro de la familia y se agravan ante la infrenable cantidad de mensajes que les contaminan. Esas montañas de basura, les impiden observar un panorama en donde sientan que pertenecer implica deberes y derechos.

De esta forma, el escolar que otrora llegaba al aula para educarse, con principios sociales impartidos en casa y expectante por aprender, ingresa ahora con la percepción que el mundo está a sus pies y que con un clic, hasta la voluntades son posibles de dirigirse. Creen que la satisfacción personal de un capricho, conlleva obligación y desconocen que todo se ciñe a un proceso y que éste se origina en algo tan elemental como es la sensatez.

Se requiere entonces que por encima del ambiente digital en el que estas generaciones se desenvuelven, se priorice una enseñanza del quien soy, cómo soy y qué requiero para funcionar. Es vital que por encima del conocimiento digital como acceso a las cataratas de la información que no sirve, se hagan ver los ríos por donde corren los valores.

Necesitamos una política educativa que programe desde los primeros cursos de primaria materias que permitan el conocimiento y compresión del ser humano. Es la única forma de inculcar la prevención ante las enfermedades físicas y mentales derivadas del consumismo, de bajar los cruentos porcentajes de violencia intrafamiliar y escolar y de crear, amparados en la comprensión, bases reales de convivencia.

En resumidas cuentas el mundo moderno quiere que sus autoridades comprendan que se requiere humanizar el concepto de educación.