Las ideas de progreso y desarrollo, entendidas como un crecimiento permanente e ilimitado, potenciadas por la ciencia y su hija la técnica, sumadas al insaciable deseo de acumulación material del capitalismo, han provocado la impresionante sujeción y dominio de la naturaleza por parte del hombre moderno, necesarias por lo demás para obtener de ella las materias primas indispensables para mantener el ritmo de producción-consumo-desecho inherente al espíritu de este modelo histórico-cultural.
La crisis ambiental y ahora la financiera internacional, nos indica que este modelo de desarrollo neoliberal industrial, productivista no puede perpetuarse pues lo que obtenemos es la destrucción de los recursos naturales, más despilfarro, desigualdad, y más exclusión. Es decir que el desarrollo económico moderno ha sido voraz en el uso del capital natural. El discurso del crecimiento económico que prometía llevar al hombre a la conquista del futuro ha quedado desbaratado con los grandes costos sociales y ambientales que han dejado las grandes inversiones en países que les abrieron las puertas bajo la consigna del crecimiento económico.
Los economistas medían el índice desarrollo económico con el Producto Nacional Bruto per cápita (PNB), que no mostraba las cifras reales de desarrollo. Recientemente se ha agregado el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas (IDH) que combina el PNB per cápita con la expectativa de vida y el alfabetismo, aunque las dos reflejan gran preocupación de corto plazo, pero se requieren índices que nos permitan medir el desarrollo sostenible de un nación en el largo plazo.
Las perspectivas a largo plazo de una economía son configuradas por sus instituciones, y por el tamaño y la distribución de su activo de capital. Tomados en conjunto, éstos forman su base productiva, la fuente del bienestar de una sociedad a través del tiempo. Los economistas siempre tienen un sesgo con sus definiciones de riqueza, dicen que es el valor de los activos de capital de una economía, una definición calificada de individualista. Una definición más integral sería la lista de activos, o bienes, incluye activos fabricados (caminos y edificios, maquinaria y equipo, cables y puertos), capital humano (conocimiento y habilidades), y una amplia serie de capital natural (petróleo y gas natural, pesquerías y bosques, servicios de ecosistema). Decir que la riqueza ha crecido es decir que, en conjunto, ha habido una acumulación neta de activos de capital. En vista de que los servicios de muchos activos de capital no figuran en las cuentas nacionales, la inversión auténtica puede ser negativa aún cuando la inversión registrada es positiva.
Midiendo la riqueza
Es posible demostrar que la riqueza mide el bienestar de una sociedad, tomando en cuenta tanto su presente como su futuro. El bienestar de las generaciones actuales y futuras, consideradas juntas, incrementa si la inversión auténtica es positiva. De manera que los cambios en la medida “riqueza” creados por políticas económicas pueden usarse para identificar si éstas conducen a una pauta de desarrollo sostenible.
Sin embargo el PNB – como la suma conjunta de consumo e inversión bruta – es insensible a la depreciación de los activos de capital. Puede incrementar durante cierto tiempo hasta cuando la inversión auténtica de una economía es negativa y la riqueza disminuye. Esto puede suceder, supongamos, cuando se producen aumentos en el PNB explotando los activos de capital – por ejemplo, pero degradando ecosistemas y agotando depósitos de petróleo y minerales – sin invertir parte de los ingresos en formas de capital substituto, tales como en capital humano. De manera que hay poca razón para esperar que los movimientos en el PNB sean paralelos a los de la riqueza. Por lo tanto no es posible utilizar el PNB para identificar políticas de desarrollo sostenible, ni tampoco puede usarse el IDH para ello. Pero si se midiera a través del Coeficiente GINI (utilizado para medir la desigualdad en la distribución de los ingresos), los resultados serían desastrosos.
Los gobiernos pasan por alto los cambios producidos por actividades económicas en las reservas de muchos recursos naturales ubicados en territorios en los cuales hay poblaciones eternamente excluídas. Tampoco registran el uso de millares de servicios brindados por la naturaleza, entre otros manteniendo una biblioteca genética, preservando y regenerando el suelo, fijando el nitrógeno y carbono, reciclando nutrientes, controlando inundaciones, filtrando contaminantes, asimilando desechos, polinizando cultivos, operando el ciclo hidrológico, y manteniendo la composición de la atmósfera. Todos estos factores de medición son pasados por alto porque generalmente no vienen con un precio marcado. La razón es que con mucha frecuencia, los derechos de propiedad para el capital natural resultan imposibles de establecer, sin hablar siquiera de hacer cumplir, debido a que en muchos casos, según los inversionistas, el capital es móvil (las aves, el agua de los ríos y la atmósfera son buenos ejemplos).
Esto hace que el capital natural sea excluído de las transacciones económicas. En países pobres y en el Perú, el ejemplo más claro es la empresa Doe Run, La Oroya, donde la mayoría de la población trabaja en la mina y a la que nadie ni al mismo gobierno, le importa que miles de niños vivan con plomo en la sangre y donde su expectativa de vida ( que la considera el IDH) es muy baja.
Buscando el equilibrio
Como los Estados son cooptados por las transnacionales para desarrollar actividades extractivas que siempre dejan costos ambientales, hace mucho que las comunidades rurales en países pobres reconocieron estos problemas profundamente subyacentes y desarrollaron mecanismos institucionales locales para superarlos.
Recientemente, los investigadores identificaron una amplia variedad de instituciones no de mercado – a menudo comunitarias – en comunidades rurales, que actúan como mediadores para transacciones económicas en servicios de la naturaleza. Desgraciadamente, en muchas de las regiones más pobres del mundo el poder de las instituciones comunitarias se ha visto muy debilitado en fecha reciente. Cuando estas organizaciones comunitarias no operan de forma adecuada, los más pobres con frecuencia son quienes más sufren mientras su recurso ecológico básico se va deteriorando.
Hay que considerar que un cambio de política puede crear toda suerte de efectos, dejando ondas a través del sistema, logrando cambiar la percepción que mantenían hasta el momento los no afectados. Encontrar el rastro de estas ondas requiere entendimiento de las interacciones de elementos ajenos al mercado y su interacción con todo el sistema que genera el capital. Además cabe considerar que para identificar políticas de desarrollo sostenible se debe, entre otras cosas, valorar estas ondas y, por consiguiente, los servicios de la naturaleza.
Es posible apreciar que las cuentas nacionales reflejan carencias en la evaluación de las políticas adecuadas. Dado que típicamente los servicios de la naturaleza son demasiado baratos, es razonable temer que el desarrollo económico moderno probablemente haya sido voraz en el uso del capital natural. Hasta ahora la política del Banco Mundial no ha incorporado todos los factores que afectan a esta aldea global y excluye justamente del capital natural los bosques como agentes de procesamiento del carbono, los recursos hídricos, los contaminantes del aire, del agua, suelos y biodiversidad.
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Trabajos verdes en Europa
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